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A los 105 años, Ides Kihlen expone en Bellas Artes

Abrió en el Museo de Bellas una muestra dedicada a la obra de una vecina de Recoleta, pintora sigilosa, que surgió al mundo del arte a los 80 años y que el sábado cumplió 105.

Nació el 10 de julio de 1917 en Santa Fe. Su niñez transcurrió a orillas del Paraná en las provincias de Corrientes y Chaco. Su firma es otra de sus creaciones, ya que se cambió el nombre compuesto de origen sueco que le pusieron sus padres por uno inventado por ella a los once años.

Ides Kihlen

A los cuatro años ya andaba con lápices y papeles. “Después… no lo pude dejar más”, contó. “En mi casa de soltera tenía un piano y mis pinturas en el altillo. Ahí me había hecho un lugar para estar sola. Me traían la comida en una bandeja. El arte es una compañía muy grande”. Apuró la primaria en el internado inglés para ingresar a los 14 años a la Escuela de Artes Decorativas. Mientras, rendía libre los exámenes del bachillerato y estudiaba piano en el Conservatorio Nacional. También completó la Academia de Bellas Artes, adonde su padre le exigió asistir para dedicarse en serio al arte. “Me traes títulos nacionales”, le dijo. Y ella cumplió.

Compuso y grabó conciertos como pianista. También estudió psicología y escribió poemas. Ama el champagne, las vinchas a gogó estilo Chanel, usar unas gotas de Chloé, su perfume francés, los anteojos negros que ocultan sus ojos grises y vivaces, y los labios rojos.

Según la describe María Paula Zacharías “Pintar para sí misma, durante 80 años. Esa maravilla silenciosa es Ides Kihlen: una artista secreta la mayor parte de su larga y feliz vida. Suele levantarse a las siete y ponerse el delantal rojo, casi una paleta de pintor de tan manchado que está. Busca un café y lo lleva a su taller, el lugar donde pasa sus días desde siempre, desde hace cien años. Eléctrica, ágil, silenciosa, de escaso metro cincuenta y algo más de 40 kilos, hasta hace no tanto mantenía la eterna costumbre de pintar en el piso, semiacostada, sobre una alfombra persa que también parece una paleta”. Nunca fue al médico, más que cuando nacieron sus dos hijas, Silvia e Ingrid.

Junto a la ventana, con luz natural, pinta cada mañana; no le importa haber pasado la centuria ni que ya no pueda hacerlo en el piso como antes.

Alumna de ilustres pintores, abstraída y elegante, incansable, divertida... Ides apenas se entera de lo que despierta su obra. Sólo quiere seguir trabajando y tocando el piano, su otra pasión.

Nunca le interesó participar en concursos o exponer sus obras, pese a insistente reclamo sus prestigiosos profesores: Pío Collivadino, Emilio Pettoruti, Battle Planas, Antonio Alice, Adolfo Deferrari y José Antonio Merediz. En París, se formó con André Lhote. A partir de 1961, estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, donde tuvo como profesor a Kenneth Kemble, uno de los artistas del grupo informalista. Puig durante más de diez años la tuvo como alumna dilecta. “Collivadino era terrible, pero era un gran maestro. La única vez que lo vi reír fue el día en que me recibí. Yo iba corriendo por el patio de los talleres a la dirección y me crucé con él. ¿Sabés cómo me saludó? ¡Con un aplauso!”, recuerda. En los años 80, continuó sus prácticas de taller con Adolfo Nigro.

Tras una primera etapa figurativa, su camino siguió siempre en la abstracción, cercana a Paul Klee, Vasily Kandinsky y Joan Miró, pero siempre personal, autónoma. Hacia el final del siglo XX y el comienzo del nuevo milenio, se hicieron presentes los fondos negros interrumpidos por un juego de arabescos de líneas blancas que interactúan libremente con formas de colores. Utiliza también tiras de papeles pintadas de blanco y negro, como el teclado de un piano o la piel de un tigre, que modulan la superficie de sus obras.

Después de toda una vida dedicada al arte, Ides salía del placar de los artistas desconocidos en 2002 con un libro de la crítica Mercedes Casanegra y una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Arte Decorativo. Su debut estelar fue en arteBA 2000, en la Galería Arroyo, después de que el galerista la descubriera cuando fue a su casa a tasar unos cuadros de Fernando Fader. “Me los compró mi padre en el banco, cuando tendría 13 años y me encapriché con ellos”, dijo entonces. Pero el galerista se maravilló y llevó unas obras suyas para el stand de la feria y las vendió todas. Nadie entendía cómo una obra tan poderosa, tan genial y prolífica, podría haber estado creciendo oculta durante más de ocho décadas. Después vinieron exposiciones en varias galerías (María Casado, Rubbers, Coppa Oliver, Agalma, Lordi, Azur, Aina Nowack de Madrid), en museos como el de Arte Decorativo, el Macla de La Plata, el Caraffa de Córdoba, el CCK, y en el exterior, en Italia y los Estados Unidos.

Después de su ingreso al circuito comercial del arte, no paró de exponer y de vender con las mejores críticas. Ides no guardó, catalogó ni inventarió su obra. Tampoco estila poner fechas, firmas ni títulos. Las repintaba cuando no tenía más donde guardarlas. “Cuando me mudé, lo que no me cabía en los placares, yo lo rompía”, contó.

Nunca quiso premios ni concursos, reconocimiento o publicaciones. Tampoco le interesó hacer carrera como artista: simplemente lo es y para ella es suficiente. Nada le importa del mundo, las modas, los movimientos artísticos, los circuitos de circulación. Sin embargo hoy es una celebridad y festeja su cumpleaños 105 en el museo mayor con una muestra que le rinde homenaje a su obra plástica y musical. Homenaje a Ides Kihlen traza un recorrido por cinco décadas de su trayectoria, con curaduría de María Florencia Galesio y puede visitarse en la sala 42 del segundo piso hasta el 7 de agosto. Incluye una selección de 25 piezas, desde las creaciones automáticas que cruzan de modo constante sus indagaciones sobre pintura y música, hasta los trabajos más recientes de la serie “Pandemia”, en la que predominan el blanco y el negro.

“Cuando Marcela Costa Peuser nos vino a ver con la propuesta de esta muestra enseguida nos entusiasmamos porque queríamos hacerle este homenaje en el mes de su cumpleaños. El mundo del arte la conoció recién en el siglo XX, porque su obra siempre fue un tesoro personal y escondido para ella”, dijo Andrés Duprat, director del MNBA, en el acto de inauguración de la exposición que reinaugura el segundo piso del museo, cerrado desde la pandemia. Anunció, además, que Kihlen donará una obra al acervo.

No es el único espacio que la celebra: continúa otra exposición en el Museo de la Cárcova, en el que se formó, donde se puede ver la pieza audiovisual que elaboró sobre ella el artista Dardo Flores. La Universidad Nacional de las Artes (UNA) le entregó el título Honoris Causa. Y en el segundo semestre la espera Nueva York, con una retrospectiva de cuarenta obras en la galería Hutchinson Modern & Contemporary, y más tarde, California, en la Westbrook Modern Gallery de Carmel by the Sea.

En pandemia, sus hijas se mudaron a vivir con ella a su departamento de Recoleta, vecino del Alvear Palace.

Por la mañana pinta, por la tarde toca el piano y a la noche, mira programas políticos, periodísticos y de cocina, otro de sus talentos. Come solo lo que ella misma se cocina: ensaladas, medialunas con jamón y queso, tortillas, champiñones con jamón adentro. Su objetivo ahora es lograr la perfección en la masa de hojaldre: “Es dificilísima, pero tengo que aprenderla como aprendí todas las cosas, con el trabajo. Es la única forma de aprender”.

Los 105 se le notan en el caminar pausado, lento, como si por fin ya nada la corriera. Ya no salta de la cama a las seis a mirar en el taller lo que hizo el día anterior. Llega cuando puede, ayudada por un andador. No se sienta a la mesa para comer ni respeta ningún horario. Duerme cuando tiene sueño, donde quiere: su cama, un sillón, la camita del taller. Ya no toma tanto café, pero el champagne sí, no lo suelta.

Ides Kihlen, otra destacada vecina de nuestro barrio de Recoleta.


www.conozcarecoleta.com.ar (7961) - Publicado: Lunes 11/07/22
Fuente consultada: La Nación - María Paula Zacharías